Jota; un largo día
Una historia que tiene a Sevilla por escenario. Dos estudiantes extranjeros, Quinet y Masao , que se ven en vuelto en una trama, no se darán por vencidos. Los hermanos Tergot están detrás de todo, incluido el secuestro. Fausto, el cirujano tendrá operará a todo aquel que se mueva en su contra. Y Azul, ¿qué camino tomará, el del amor o el de la lealtad?
Dos estudiantes de flamenco se dan cita en Sevilla, donde el amor, la amistad y la lealtad, darán paso a una trepidante aventura; persecuciones, secuestros y torturas, con la música como telón de fondo.
Secretos por descubrir, mafia empresarial y un proyecto energético que podrá quedar en el aire. El maestro no dudará en mover todos los hilos que hagan falta, y al precio que sea, para capturar a los estudiantes. Sin embargo, Masao y Quinet pondrán todo su ingenio para salir bien parados del embate. --Este texto se refiere a una edición agotada o no disponible de este título.
Jota; melodía homicida
Prosigue la historia del subinspector Jota
César Tergot, el capitán, ya sabe la mala noticia y moverá ficha para llevar a cabo, no solo su venganza, sino la recuperación del proyecto. El cadáver hallado en el parque no es fruto de la casualidad ni de ninguna fiesta.
Se dan cita aquí, otra vez en Sevilla, los mismos personajes, solo que ahora suman muchas más cosas: la maldita Alicia ( https://desacertada.com/la-maldita-alicia/ ) ha llegado a la vida de Jota. Y las traiciones brotarán como gotas de lluvia.
Sinopsis: Un proyecto energético que podría quedar en el olvido, pero el capitán Tergot no lo dejará escapar. Pondrá en marcha su plan de venganza; preparará el escenario y hará todo cuanto esté en sus manos para que nada escape a su control.Azul, Masao, Quinet, el cirujano, la misteriosa Winchester, Úrsula, la forense, la criptóloga, el comisario, y Jota: Todos quedarán enredados bajo el amor y la traición hasta el punto de dudar qué sendero escoger. Algunos harán lo máximo por mantener lo primero, a la vez que llevarán a cabo lo segundo.Una melodía que servirá de gancho para que el subinspector, olvidando sus problemas personales, tome un único camino y resuelva el homicidio del parque del Líbano; eje principal de la trama marcada por el capitán, quien inculpará a las cuerdas de la dulce Alicia; la telecaster de flores rosas y mariposas negras. ¿Conoces bien a tu círculo más cercano? ¿Hay en él cabida para los secretos?¿Te atreves a descubrirlos?
Padre Génesis
La vida de Gabriel Gatias Génesis, un novicio, cambia de forma radical cuando unos indeseables asesinan a sus padres y ultrajan a su hermana. El novicio tendrá que enfrentarse a sus principios, a su religión, y superar su consternación e indignación, para ajusticiar a los criminales. ¿Será justo, incluso divino, su castigo?
¿Recuerdas ese misterioso personaje que Jota vio cuando charlaba con Eduardo?
¿No? Entonces es que no leíste «Jota; melodía homicida». O, tal vez, lo pasaste por alto…
Gabriel Gatias Génesis desde ese entonces, y aunque no supieras ni su nombre, ya contaba con vida propia, pues es uno de esos personajes que forman parte de este universo Jota. No obstante, para que no te quedaras con la única impresión que se da en la melodía homicida, en este relato decidí contarte cómo fueron sus inicios. Sin embargo, no siempre será tal y como, hasta ahora (tanto en la anterior novela del subinspector sevillano, como en esta primera entrega del Padre) te he mostrado. A Gabriel le queda mucho que contarte a propósito de sus andaduras.
Universo Jota
El universo Jota gira en torno a dos factores: El personaje en sí; Jota, y la cuidad y provincia de Sevilla. No obstante, también intervienen la historia de otros personajes, como el Padre Génesis —si has leído «Jota; melodía homicida» sabrás de él. Si no; a qué esperas para leerla.—. Posiblemente aparezcan otros personajes de la saga. Pero sin duda, lo que sÍ aportará serán nuevas obras, ligadas indirectamente al personaje y al entorno del subinspector. ¡YA VEREMOS!
En cualquiera de los casos, hablamos de la novela policíaca y negra, tal vez en su significado más puro. ¡O tal vez no!
Te tocará a ti decir si cumple o no con el género.
Universo Jota
El universo Jota gira en torno a dos factores: El personaje en sí; Jota, y la cuidad y provincia de Sevilla. No obstante, también intervienen la historia de otros personajes, como el Padre Génesis —si has leído «Jota; melodía homicida» sabrás de él. Si no; a qué esperas para leerla.—. Posiblemente aparezcan otros personajes de la saga. Pero sin duda, lo que sÍ aportará serán nuevas obras, ligadas indirectamente al personaje y al entorno del subinspector. ¡YA VEREMOS!
En cualquiera de los casos, hablamos de la novela policíaca y negra, tal vez en su significado más puro. ¡O tal vez no!
Te tocará a ti decir si cumple o no con el género.
CÉSAR TERGOT BANDAVER Y SUS MALAS MANERAS
La tercera entrega de Jota asoma
Diego Bornos llega a la casa, escucha aquellos fuertes gritos: «más rápido, más rápido, más rápido». La voz de quien grita es inconfundible: César Tergot. Diego, no obstante, intenta averiguar quién es dueño de aquel agresivo martilleo —el choque del calabozo contra la pulida piedra—. Sabe que viene de la cocina. Entra por la puerta principal, atraviesa el jardín, luego el porche. Después escucha el enorme grito de dolor y a continuación el bronco disparo.
Diego es poseído por ese tembleque que se le agarra a la mano cuando pretende girar el pomo de la puerta principal. Se vuelve a escuchar el fuerte martilleo. No para, Diego sabe que él tampoco debe detenerse, Cesar Tergot, impaciente, le espera. Poco antes de llegar a la cocina es advertido.
—¡Diego… —grita César mientras sigue troceando— Cuidado por donde pisas!
Diego con cara de espanto y gestos de resignación accede hasta la cocina, no sin antes planificar sus pasos, ha de evitar la sangre y el cuerpo sin vida del tipo que yace sin luz ni brillo en su mirada.
—¿Qué pasó? —Lanza tímidamente Diego a modo de saludo, pero César juega con él.
—Nada, Diego, el tipo entendió que sus uñas eran demasiado largas. Y yo comprendí que su vida, al igual que su traje, le quedaba demasiado grande —Diego traga saliva—. Pero no te quedes ahí. ¡Pasa!
—No sabía que te gustase el arte culinario, mi capitán —el halago no surgió el efecto deseado. César se inclina hacia él mientras sigue troceando aquella carne de cerdo.
—Mi hermano se divertía con sus tableros de madera. Yo, sin embargo, soy más de despiezar huesos y trocear cráneos. ¡Ven! —Exclama César— Te enseñaré, es bien fácil.
—Pero, mi capitán. Yo… —la negativa de Diego es tan evidente como el miedo que lo poseyó desde antes de penetrar a la casa, pero tiene que aceptar. Débilmente sujeta el calabozo y comienza a dar golpes secos, pero inseguros y sin fuerza.
—¡Maldita sea, Diego! Es un bicho muerto, no siente nada. ¡Golpea con contundencia!
—Pero, mi capitán. Yo… —César coloca su mano sobre la de Diego, y le ayuda a dar golpes más recios y certeros— Sabes que soy bueno en letras, en un despacho, pero aborrezco esto otro —Diego siente como suyos los cortes que el calabozo produce sobre aquellas costillas.
—¡Diego, céntrate! —Le dice con aspereza César Tergot— ¿Ves a este hombre que hay en el suelo? —Diego no quiere mirar, prefiere fijar su vista sobre la mano que aprisiona a la suya— Era un buen esbirro, pero, por tu culpa, está muerto —enfatiza César, aunque con voz suave y con carga de empatía hacia Diego—. Te pedí que fueras duro, no obstante, incumpliste. Y te reitero, necesito que seas fuerte y firme en tus decisiones —los golpes van siendo más fríos.
César levanta la mano de la de Diego y este se siente aliviado. Ahora, César se dirige hacia el cuerpo sin vida de su esbirro. Diego sigue chocando el acero sobre el costillar del cerdo. Al momento se sobrecoge y entra en estado de choque cuando ve cómo su capitán ha colocado el brazo derecho del fallecido esbirro para que él lo trocee. La impotencia de Diego, lo detiene. Casi se desmaya, pero César lo sujeta con rabia por el brazo. Y tras una nueva queja:
—Mi capitán, César… ¡Maldita sea! —Se queja Diego levemente y sin aliento.
—Déjate de una vez por todas de gilipolleces, Diego —César se muestra duro, indolente y despiadado. Diego Bornos lo conoce y sabe de qué es capaz —. Es carne muerta, no siente dolor alguno —reitera César—, lo mismo que el cerdo que ahora mutilas. Corta de una puta vez —le grita al oído.
Diego se debilita. Con todo, convierte su impotencia en coraje y comienza a trocear la mano; los dedos que aun le resta al esbirro, luego la muñeca, el antebrazo. Siente cómo su corazón se estremece a la vez que bombea con fuerza hacia sus músculos. Debe cortar enérgicamente los huesos del antebrazo antes de que la sangre, aún caliente, le salpique y lo ensucie aún más.
LA CARTA (marzo de 2021)
Estimada doctora, he de comenzar esta carta disculpándome ante usted por no mostrarme de frente, tal y como antes lo hacía. Mi malestar me hace ser incapaz de trasmitir, durante un careo, mi pesar.
La conversación mantenida la semana pasada quedó abruptamente interrumpida por mi negativa a someterme a su metodología, nunca me gustó que nadie indagase en mi mente, y mucho menos a través de la regresión, pues considero esta una falsa ciencia.
Sin embargo, y atendiendo a su idea; la de ayudarme, he de decirle que por aquí, a través de este método tan rústico y obsolescente como son las cartas, sí soy capaz de contarle aquello que tanto me aterra. No sé, con todo lo que para mí ha trascurrido, si fue algo que viví o que, en anteriores conversaciones, con usted o con otra persona, ya relaté. El sueño, sin más, es recurrente, aunque cada vez avanza más, parecen reminiscencias de un pasado que nunca viví.
Me despierto, soy un niño, mi piel es de un color distinto, mi vista la confunde bajo esa oscuridad, ese color marrón que me envuelve en la densa niebla sobre la cual me sumerjo dentro de aquel enorme y a la vez tan pequeño espacio. Todo se muestra oscuro, más sé que es de día.
Alzo la cabeza, los tragaluces esquivan los rayos de sol. Sí, es de día. Pero para mí todo es oscuridad e incertidumbre. Discernir la paja no es cosa fácil pues parece que estoy en un granero. No hay animales ni personas ni otros seres, en su interior no se aprecia ni una pequeña brizna de ruido. Las multitudes de minúsculas motas de polvo se dejan ver entre los destellos de luz que las grietas de la madera son incapaces de sostener.
Siento cómo mis pupilas se dilatan, se adaptan al ambiente. Me toco la cabeza, me siento sucio, mi corto cabello ha quedado desteñido por el mismo color, ese monocromático marrón que me envuelve y que es lo único que veo, salvo los salvados halos de luz.
Sin más, me miro las manos, la primera impresión es de miedo, pues estoy maniatado. Las recias cuerdas, también son marrones. Mis manos son pequeñas, mis dedos son como los de un niño. Con mi pulgar me rozo las yemas de las demás falanges, no hay aspereza, solo ese color marrón. Las recias cuerdas presionan sobre mis muñecas.
Me toco mi rostro imberbe, mis pegajosas mejillas me advierten de que he llorado, y mucho, pero ahora no lo siento, no lo escucho, mas no estoy sordo, tampoco ciego, pero ese maldito espacio en monocromo me mantiene aturdido. El olor no es de tierra mojada, huele a paja, a serrín, a serrería. Sin embargo, no hay maquinaria ni herramienta alguna, solo polvo y desasosiego.
Me levanto, veo la puerta del… granero. Sí, eso parece, un granero, o tal vez un barracón. Un barracón en el cual estoy recluso. Intento caminar hacia la puerta, pero algo me frena. Observo mis manos y mis pies, los grilletes no me permiten acercarme al pomo, pero sé, porque oigo voces afuera, y no aquí dentro, sé que alguien espera a que yo derribe la puerta. Ellos podrían, lo sé, pero no hacen nada. Es como si tuviesen miedo de mí. Entonces también siento miedo; miedo de ellos, miedo de mí, no me reconozco.
No puedo aproximarme a la puerta, pero sí puedo acercarme a alguna de esas ventanas. Miro a través de las estrechas ranuras, el nervio óptico es tan pequeño, preciso y, en ciertas ocasiones tan determinantes, ahora es necesario, que puedo mirar a través de ellas.
Lo primero que hago es mirar al cielo; azul y luminoso. La sensación de desasosiego no desaparece; ya sé que no estoy muerto, pero aquello parece una extraña transición. Lo normal ahora sería ver una ensordecedora hilera de almas que gritan por salir de allí, por subir a la barca, pero sin dinero y, por muy apuestas que se tengan, no conseguirán llegar a la otra orilla. No hasta que el barquero se apiade de ellas, para entonces habrá pasado un centenar de años. Pero no es mi caso, lo sé porque vislumbro ese azul, esas nubes y esa falta de edificios.
¡Esa falta de altísimas edificaciones! Aquello me dice que no estoy donde debo estar, en mi Sevilla. Corriendo reparo en el suelo, le pregunto a desnuda, seca y árida tierra, y ella me responde: tampoco estoy en Lantejuela, no conozco el lugar. Me detengo, me siento y comienzo a llorar, y luego no sé qué más sucede.
Al rato despierto, la escena se repite. Es como si me hallase bajo un mismo son, el blues ya ha llegado a su segunda parte. La escena se repite. Sin embargo, hay algo diferente, ahora sí recuerdo mi llanto, mis manos, mis ataduras, y sé que el color azul, oculto tras la rendija, es mucho más amplio que el marrón sobre el que ahora vuelvo a posarme. Sí, así es como me siento, dentro de un blues. En su segundo tramo. Y sé que repito todo lo ya ha trascurrido durante aquella primera parte. Era de esperar el obtener un mismo resultado. No obstante, ahondo un poco más en el lugar, la sensación de lo ancestral, un tiempo pasado, donde muchos años atrás quedaron enterrados; tres siglos atrás es donde ahora me hallo. Sin embargo, el granero, el barracón, no parece tan rupestre. Tampoco los vi jamás. Sigo con la misma sensación; estoy en medio de la nada. No hay ciudad ni punto cardinal al que poder sujetarse para obtener una orientación. El espesor del aire tampoco da pruebas del lugar. De nuevo vuelvo a dormitar.
No sé cuándo, pero otra vez despierto, y ahora recuerdo que aquella es la tercera vez que ocurre, el blues está terminando, más aquí tiene que resolverse; es lo que demandan las anteriores voces.
¡El blues! ¡El barracón! Son imprecaciones de un sueño mal vivido. Esta vez lo sé, me levanto ágilmente, me dirijo hacia la puerta, está cerrada. Hoy tampoco volveré a salir de aquí, pero no desfallezco, recurro a la ventana. Oteo el horizonte, los seres están ahí, el marrón de suelo, mezclado con el azul del cielo me dicen que estamos en la ancestral África y, sin embargo, jamás pisé esa acogedora tierra. Reminiscencias de un recuerdo que nunca tuve, o de aquellos pasajes de los que tanto me habló Quinet.
Un susurro brota en esta parte de la historia, del blues, son las motas de polvo. Antes, en las otras partes de la canción, fui incapaz de interpretarlas, mas ahora sí puedo determinar de qué se trata: una voz que suplica para que me quede despierto y no vuelva a dormirme.
¡No, no, espera! Me digo. Creo haberme equivocado, pues los seres que allí veo, con el mismo color de piel, que ahora tengo, es el mismo color que Quinet posee. Su lengua materna, la de su madre y no la de su padre. Sus creencias, su religión. Los barracones de los negros esclavos que llegaron a Cuba. El triste blues, el sonido de una esclavitud que hasta allí trasportaron. Presto atención a lo que dicen, mas no cantan.
Así trascurren los días para mí, una y otra vez la misma cantinela, el mismo blues; idéntica resolución, la de saber, la de encontrarme a mí mismo, pero sin poder moverme.
Sin embargo, ahora sí sé dónde estoy: aquí, recluido en mi mente.
Mis manos, mi deseo, mi penitencia, mi castigo.
Mis pies, mi posición, mi erguida postura.
Las ataduras, esta cama y mi imposibilidad de despertar.
El marrón, la habitación sobre la cual descanso y de la cual no puedo escapar.
Las voces de los oscuros africanos, las blancas batas de médicos y enfermeras que pasan una y otra vez por mi sala.
Los destellos de luz, la esperanza de que alguien me anhela, me quiere, se preocupa por mí: Leonor, mis padres, mis amigos.
Y la susurrante voz que me pide que no me aleje, a esa la desconozco. Me habla como si fuera mi madre, pero no lo es. Aunque no estoy seguro. Quiero decir que no estoy seguro de que mi madre sea mi madre y no la de esta mujer que ahora me susurra y me solicita que me agarre con firmeza a la vida.
Así de descriptible, doctora, fue mi paso por esa cama de hospital a la que por tantísimos meses permanecí bajo este profundo coma. Es una sensación de dolor e impotencia que no se la deseo a nadie. Siempre he sido una persona introvertida, por eso fui incapaz de contarle, cara a cara y frente a frente, cómo me sentí durante tan largo tiempo. Sin embargo, y con todo esto, lo más preocupante para mí es la duda: ¿Cómo conseguí salir de ese letargo?
La maldita Alicia
La telecaster, Alicia. Sus flores y esa maldición que porta encima será la misma que muestre en la novela: «Jota; melodía homicida». Su apariencia de deseado instrumento, la resonancia de su madera, incluso sin enchufar a ningún amplificador se puede sentir su poderío.
La maldita Alicia; su gran carisma ha servido para que fuese, no solo portada de «Jota; melodía homicida», sino también parte de la historia y de la trama que en la novela queda plasmada. No en vano hay quienes, después de leerla, sienten temor por la de las 6 cuerdas.
Recuerdo cuando se buscó el enfoque para la portada. Mi compañero de curro, y estupendísimo fotógrafo, Antonio Velázquez ( al cual le debo algo más que un par de birras; una inmensa gratitud ) se atrevió a tomarle unas fotos mientras ella, desnuda y sin ápices de resonancia, se prestó sin ninguna queja.Escribe tu texto aquí...