Sordonautas
Seguro que conoces a más de un navegante de esos que no obedece a indicaciones ni explicaciones algunas, por muchas que le des y por mucho que le beneficie. No obstante, no hay que olvidar que aquí, los cabezones somos nosotros; los de a pie. Los que sin entender de cuadernos de bitácoras, estamos dispuestos a perder nuestro tiempo con esta extraña gente que, por más que queramos, nunca lo valorarán.
Pero, espera… Sé, sabemos, que ellos, por muchas quejas que arrojen al aire, jamás prestarán atención a las respuestas que les lanzamos ni a otra cosa que no sea su extraño sentir. Entonces es cuando te pregunto; ¿alguna vez ta has parado a discernir en cómo piensa esta especie?
¡Sí! Empatiza por un momento con ellos. Tal vez así logres entender alguna pizca de su intrínseco ser.
Plantéatelo desde un punto fisiológico, pues desde otro tipo de perspectiva no conseguirás más que arañar un enorme malestar (el tuyo y no el de ellos).
Yo estoy inmerso en ello. Y en serio te digo que la sensación es totalmente distinta a la que hasta ahora he vestido a propósito de esos tipos de sorderas.
¿Qué cómo lo hice? ¿Cómo conseguí empatizar con ellos?
¡Es bien fácil! Te pondré en situación. Imagina que estás con una horrible infección en el oído externo, provocado por tu actividad deportiva en la piscina (es lo que tiene). En realidad no hace falta que te provoques ese mal, vale con que lo simules con un algodón sobre alguno de tus partes óticas; las externas, por supuesto. De ese modo, tu oído estará totalmente extraviado. No me refiero a algún episodio de vértigo, sino a no poder oír nada.
Y claro, llegados a este punto, y dado la imposibilidad de no oír, te planteas la otra cuestión; la de no querer escuchar. Aquí entra el juego del «todo vale», siempre que de algún modo te beneficie. Si lo que te cuentan no te gusta pues haces como que no te enteras.
¡Sí! Absolutamente surgirá el riesgo de la repetición, pero jamás llegará a la extenuación. Tu acompañante, ese que quiere hacerte entrar en razón, se dará por vencido a la tercera, sino a la segunda. Pero la cosa no termina aquí. Esta es, como se suele decir, la cima del problema (más bien del parche), pues el antibiótico no actúa si tú no quieres.
El oído, ya cerrado por la hinchazón, te ofrece sensaciones jamás experimentadas hasta ahora. Te metes en la ducha; ¡increíble! Ese oído taponado te hace sentir el agua (sobre tu cuero cabelludo) de forma distinta. En esta situación, lo ideal sería tener la dura otitis y el dolor que siempre la acompaña. Sin embargo, no es dolor lo que sentirás, todo lo contrario; algo placentero. Se trata de una caricia distinta jamás antes practicada. Tu oído, además, lo percibe como ese manantial de agua tibia que visitas en el nacimiento del Hueznar (o de cualquier otro río o manantial).
En ese instante te das cuenta de lo que el sordonauta, en parte, siente. No es un mal padecer. Entonces es cuando quieres saber más a propósito de aquello. Tu empatía busca agudizarse aún más. De pronto, te detienes, permaneces en silencio y buscas escuchar tu propio «Yo». Aunque, en realidad, solo obtienes un tinnitus que parece no querer irse. ¡No, tranquilo! Nadie te está nombrando.
Habrá un momento en el que pienses que eso te va a perjudicar. Las consecuencias: no podrás coger tu moto —o tu guitarra—. ¡Vaya! ¡Qué fastidio! Tranquilízate y piensa: ¡Todo está controlado! Solo estamos suponiendo las ventajas del sordonauta, ¿recuerdas? Nos hemos colocado algo que obstruye el conducto externo de nuestro oído. Y por esa razón tampoco podrás sujetarte a tu volante. ¡Vale! Eso, con los actuales precios del carburante, igual no es tan malo: un rato de bicicleta no te vendrá mal. Aprovecha, mientras pedaleas, para escuchar ese «¿qué tal?» de esos ciclonautas, otro tipo de navegantes. Pero no olvides que en tu oído llevas el algodón; mejor con cascos de conducción ósea.
Ten en cuenta que ni los mosquitos te molestarán, y de radio macuto ni hablamos…
Otra gran ventaja es el nuevo placer que produce el comer. Podrás masticar nueces y almendras, sin ningún problema, pero con el aliciente, debido a la resonancia de tu cráneo, de parecer que estás masticando piedras. Tampoco te creas un superdotado por ello, hay quienes tragan piedras de molinos y se quedan tan panchos. El chicle o las gominolas, en cambio, te trasladarán a esa charca donde los chanchos disfrutan. Te reirás de ti mismo.
Detente por un momento, y enumera los beneficios: escuchar a quién te apetezca, abandonar consejos poco interesantes, pedalear de vez en cuando…
Alcanzados a este peldaño, ya puedes tener una idea de los beneficios y conveniencias que implica el vestirse de sordonauta. Así que ya solo te queda practicarlo a diario. Y a poco que te esfuerces unos minutos diarios, podrás alcanzar un mayor estado. Así, cuando en los meses de verano, a eso de las 7 de la tarde, un curioso te pregunte hacia adónde vas, podrás decirle sin el menor de los remordimientos aquello de «a comer churros a la Macarena».
Por demás, tras este maravilloso ejercicio, y casi sin darte cuenta, querrás experimentar las ventajas que calzan otros muchos navegantes. Ponte a ello cuando quieras…
2 Comentarios
Pepe Cantalejo
Un vehículo que, tal vez y en determinados casos, no está sujeto a las mismas obligaciones ni responsabiliades que confiere un carnet de conducir. De hecho, no existe obligatoriedad de tener un permiso para circular en bicicleta.
Roque Herrero Escobar
Recuerda que una bicicleta es un vehículo, igual que un ciclomotor o un automóvil, así que déjate de tapones y cascos óseos y «escucha» al mundo cuando conduces tu Sevici amigo Pepe 😄😄😄…
Aunque tiene usted toda la razón, no hay nada como escucharte a ti mismo y no sólo a los demás 👏👏👏👏