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El entierro de la nutria
¿Y a quién no le gusta el sentir de la nutria? Es algo que me he preguntado en ocasiones, y no conozco a nadie que haya querido evitar su encanto. ¡O tal vez sí! Puede que la búsqueda de ese sentir sea, de algún modo, algo obsesivo, no solo por mi parte, sino por parte de todos. Habrá quién lo entienda como un mal vicio y no como algo que forme parte de nuestra naturaleza. Por demás, siempre ha estado ahí, presente en nosotros, desde la adolescencia, cuando supimos de su existencia. Tal vez, puestos en la materia, haya algún ateo en la misma. Supongo que algún…
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Dos y tres de balón
—¡El césped mal cortado! —¿En serio lo crees? Recuerdo aquella vez, una treintena atrás, cuando el locutor decía: «dos minutos para el final y el césped sigue creciendo». —¡Vaya! Otra vez el ciego replegando su bastón. —¡Sí! Ese que cada jornada se sienta dos filas más abajo. —Tendrá que gustarle mucho el juego para pagar cuando podría escuchar lo mismo en la radio. Me refiero al resultado, aunque comprendo que la emoción no ha de ser lo mismo. —Me atrevería a cerrar los ojos para sentir lo que él siente, pero entonces me quedaría durmiendo, la pasada noche fue larga. El partido comenzó y, a juzgar por…
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Lo que me dijo la profesora Elena
Aquel día escuchaba a través de mis auriculares de conducción ósea esa canción —de A perfect Circle— que habla de condena. Caminaba hacia la primera estación del Metrocentro. Subí en el tranvía, me senté y pensé en ese asunto que me rondaba por la testa. Me hallaba enfrascado en la última conversación mantenida con mi buen amigo Manuel Senra, quién tenía ciertos desencantos con su computadora y, para que me entretuviese mientras él terminaba la ristra de requisitos que yo le había solicitado para poder solventar su contienda informática con éxito, me ofreció su Oasís prohibido —uno de sus libros de poesías— para que, entretanto, me mantuviese entretenido. …
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Un poco de leña
—Pues ya ves, tío. No hago más que darle vueltas a tu propuesta. No consigo verla. Sin embargo… —… —¡Espera, tío!… Un momento. ¡No doy crédito! Todos los bancos de la plaza del Duque vacíos y tiene que venir este capullo a sentarse en el mismo en el que me hallo. ¿La gente no comprende que con esto de la maldita pandemia hay que mantener las distancias? —… —¡Sí, tío! ¡Nada!… Ya me ha echado. Iré a sentarme en otro. Espero que no acuda a mi encuentro. Porque si quiere leña… la tendrá. — … —Sí yo también lo recuerdo, cuanto aquella vez el tipo del autobús… ¡Ah,…
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Padre Génesis
Padre Génesis ¿Recuerdas ese misterioso personaje que Jota vio cuando charlaba con Eduardo? ¿No? Entonces es que no leíste «Jota; melodía homicida». O, tal vez, lo pasaste por alto… Gabriel Gatias Génesis desde ese entonces, y aunque no supieras ni su nombre, ya contaba con vida propia, pues es uno de esos personajes que forman parte de este universo Jota. No obstante, para que no te quedaras con la única impresión que se da en la melodía homicida, en este relato decidí contarte cómo fueron sus inicios. Sin embargo, no siempre será tal y como, hasta ahora (tanto en la anterior novela del subinspector sevillano, como en esta primera entrega del Padre)…
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Jota Melodía homicida
Jota; Melodía Homicida SINOPSIS Un proyecto energético que podría quedar en el olvido; Masao y Quinet continúan en pie, pero le sigue de cerca aquella organización que tiempo atrás intentó secuestrarlos y que se muestra empeñada en arrebatar al japonés la idea y la investigación. Una venganza queda aún pendiente; el capitán Tergot no la dejará escapar, pero primero tendrá que preparar el escenario para que todo su plan se cumpla: ciertas artimañas para que nada escape a su control. Una melodía que servirá de gancho para que Jota, el tozudo subinspector, tenga que decidir el camino a seguir y dejar de lado sus problemas personales para resolver…
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El escarabajo
«Un, dos, tres…», yo iba con mi «un, dos, tres…». Mi Hugo, miraba a los caballos, se regocijaba y reía tan solo por la presencia de estos. Siempre lo he visto feliz, riendo y sonriendo, pero nunca de esa forma tan… extraordinaria. El caballo al que nos acercamos también parecía feliz con su presencia (la de mi Hugo), pues no dejaba de mover la cabeza y una de sus patas delanteras. Tal vez fuera eso lo que tanto alegró a Hugo. Mi simple argumento; mi «un, dos, tres…», parecía haberse desvanecido ante su felicidad. Ella; su madre, en cambio, prestaba atención a otros menesteres (soy incapaz de precisarlos). El…